A veces se nos olvida que somos nosotros los que escribimos la historia, y podría parecer esto un discurso de un político, pero es cierto. No en cierto sentido y más bien en toda la magnitud de lo que significa ser parte de la historia. No estoy hablando del día en que uno vota por alguien, tampoco cuando se marcha en la calle o se pagan los impuestos, aunque esas tres cosas son tan importantes como lo cotidiano, como cada ladrillo que se coloca, cada pan que se hace y que se come, cada hijo que nace y cada beso que damos. Sin querer el destino nos ha ido colocando en un tiempo y un lugar en el que nos tenemos que desenvolver con lo que nos dan. En el caso de los que nacimos en los setenta nos tocó vivir en el siglo XX fuimos testigo del miedo a la bomba nuclear, del comunismo, de ser pobre y nos horrorizamos ese día de septiembre de 2001 cuando los aviones derribaban rascacielos.
Lo importante es que los que estamos ahora podemos ir evolucionando en lo que pensamos, en sentirnos de un modo u otro convenciéndonos de que el tiempo siempre cambia, ahora por ejemplo esa extraña idea de que la marihuana sea legal es algo que no parece tan descabellado como hace décadas atrás, para que hablar del matrimonio libre, la educación gratis, una nación mapuche o una Asamblea Constituyente, no parecen ideas sacadas del patio de un manicomio… y la verdad me gusta que esto pase… es señal de que siempre vamos creciendo y entendiendo que vamos por un sendero que el mismo pensamiento humano nos lleva más allá del lugar en que el sol parece esconderse. En días en que se celebra en Chile el heroísmo y el patriotismo (dos conceptos muy peligrosos y mal utilizados constantemente por los políticos), son los momentos en que los mitos, montajes y oscurantismos se pueden vestir de historia y llevarnos a justificar momentos que en el futuro nos avergonzarán.