Buscando una luz, buscando una
luz
Yo os invoco hijas de Eva buscando una luz
Buscando una luz, buscando una luz
Yo os invoco hijas de Eva
(Gala Cattana)
Generalmente antes comenzar a hablar de algo, parto contando
mis vivencias, hay momentos en que me da pudor, en temas de género nunca me he
sentido con la más mínima propiedad para hacerlo, no sólo porque no soy mujer, también
porque la voz que hable de las luchas siempre debe venir desde ellas. He sido
testigo presencial del machismo, la misoginia y la discriminación deliberada y
escondida de amigas en diversos aspectos. Me he enterado de que los bancos le
permiten abrir una cuenta vista a los hombres a los catorce años y a las mujeres
a los doce años. El motivo solapado es que las niñas a los doce años ya pueden
ser madres, y algunas lo son. Así en este siglo XXI aún existen situaciones así
de desgarradoras que siguen pasando y que avergüenzan.
Así como un escaparate lleno de rostros femeninos serios y
tristes un día de 1962 encuentra a Pomme (Valérie Mairesse) con un fotógrafo de
retratos. Hay una de las fotos que le llama la atención, la imagen de una
compañera de otros tiempos. Así unos rostros impresos vuelve a reunir a Pomme
con Suzanne (Thérèse Liotard). La vida
en ese nudo parecían ser distintas Pomme cantando en un coro y Suzanne con dos
hijos tratando de criar y con la desesperación de un nuevo hijo. La Francia de
esos años aún no permitía el aborto pero en Suiza sí. Pomme consigue un poco de
dinero para que Suzanne pueda interrumpir el embarazo y desde ahí comienza el
punto de inflexión de la vida Pomme y Suzanne, la complicidad y la amistad
común les lleva a compartir días hasta que una tragedia cercana va separando
sus destinos.
La historia ahora es una serie de cartas de dos amigas que convierten
su vida en un canto por la libertad y en un grito por los derechos. Agnes Varda
en esos años ya tenía muy clara la consigna que se sigue gritando por décadas
en colores violetas. ¿Cuánto se ha ganado? Aún no es tiempo de contar las ganancias
del juego. Porque hay que seguir apostando por más libertades, por más derecho
y por más igualdad para que un futuro nos sintamos satisfechos de lo logrado.
Pomme viaja por un mundo que parece más libre y luego por
uno que parece más reprimido para las mujeres, Suzanne se queda en Francia, en
una lucha completa contra toda una generación que ve con desprecio a las
mujeres que crían sola, que no soporta el sonido de las teclas de una máquina
de escribir, en resumen, que no cree que las mujeres pueden ser personas que logran
salir adelante, por el amor a si misma. Años de patriarcado hacen merma en las
sociedades que vivimos. Pomme y Suzanne lo saben. Son combates pequeños,
cargados de símbolos que hacen que el futuro aún no llega, pero me esperanza
ver que mis sobrinas, mis amigas, mis compañeras de trabajo cada vez son
personas más poderosas que son reconocidas por su talento, su capacidad, más
que por su intrínseca belleza. Ella canta y la otra no, es un grito de guerra que
ya tiene décadas y aún sigue ahí escondida a veces, pero el mundo de Agnes
Varda cada vez sorprende y enamora por la lucidez que necesitamos en estos
tiempos en que estamos bombardeados de mentiras.
Es un bello barrio en que los
camaradas no han desaparecido aún y los bares son color anilina que puede
leerse al revés igual.
Descubrí un bello barrio de luces
antiguas y gente amable
Las mujeres son bellas ánimas aún
más que una madre, atraviesan las calles en aeroplanos.
(M. Redolés)
El negocio de mi papá ha marcado mi vida completamente,
desde ese mesón veíamos todos los días a los vecinos, éramos testigos del paso del
tiempo con la sonrisa de mi papá con cada cliente, cuando para comprar aceite
la gente llevaba una botella que se llenaba con un dispensador, se vendían
pinos navideños reales, la balanza marcaba el peso con una aguja y nosotros éramos
personajes reconocidos por el resto de la comunidad.
Todo eso ya se ha ido perdiendo con la aparición del retail y
unas tiendas que cada cierto tiempo intentan recuperar ese instante perdido
como una caricatura cliché utilizando al final de la palabra el “ía” como la
jamonería, tomatería, aceitería, entre otras. Por eso entiendo esa sensibilidad
de Agnes Varda para hacer un documental de los negocios de su barrio, en la
calle Daguerre cerca de Mont Parnasse en el París de los 70, detrás de antiguos
escaparates que parecen congelados en el tiempo, la generación que se liberaba de
la ocupación alemana partía rumbo a la capital para enfrentar su nuevo destino.
Lo mejor del mundo lo creamos con nuestras ilusiones, con
las ganas de que lo que nos proponemos salga bien, sea hermoso y nos regale
sonrisas. Al parecer a muchas de las tiendas por más de veinte años se les
regaló un bello tiempo en que los oficios fueron conviviendo con la hermosa
idea de ser comunidad real. Reconocerse en el otro, ser cómplice de los sueños
y apoyarnos casi como si fuera un trueque. Por lo mismo uno se sorprende al ver
como una pareja anciana maneja una tienda de belleza en que te hacen un perfume
frente a tus ojos, mientras la esposa perdida en su mundo interior trata de
escapar a otra época y una caja congelada en el tiempo está llena de botones
que algún día serán pegados en un abrigo esperan ese hilo rojo, emocionan.
Agnes nos lleva por cada una de las tiendas y conocemos la
historia del carnicero, el sastre, el peluquero, el panadero, los profesores de la escuela
de conducir unido en un acto de magia que funde a cada uno en un discurso del
futuro, aún con un poco de ese optimismo que se tenía en lo que en un tiempo
después haría desaparecer de uno en uno cada uno de sus oficios. El mundo que se
aprecia en la calle Daguerre duraba el tiempo que los dueños de los negocios
vivirán. Los jóvenes son algo escaso que fugazmente pasa por esas calles, casi
como un presagio de que la hermosa vida que la cineasta nos muestra hoy es una
pieza de arqueólogos y antropólogos. La fragilidad peligrosa de otros tiempos
ya se ha corrompido, como diría Redolés.
Hoy al mirar en Google Maps, vemos que la calle Daguerre, vive
otros tiempos, las mismas fachadas muestran cadenas de farmacias y tiendas que
la gentrificación, la nueva forma de comercio y un mundo más individual transforma
al tiempo que mis padres vivieron en una utopía. Pero a pesar de eso me quedo
con la sonrisa enamorada de la señora que atendía la boulangerie, que pese a
los años de vivir juntos el amor leuda cada mañana demostrando que se puede ser
feliz con mucho menos y con ese poco hacer grandes cosas.
Allí van cruzando su ciudad
Taquillando en sus autos
O en el de su papá
Disfrutando de la juventud
Del derecho de herederos
De los dueños de América del Sur
A veces unos tienen ganas de igualar
Forman entidades, juegan a luchar
De exclusos o reclusos
Y de intelectual
Y todo sigue tan igual
Tan igual (Los Prisioneros)
Hace un tiempo en un programa de televisión un señor enseñaba a ser cuico (una persona con comportamientos de rico en Chile), para ello decía que hay que ser en primer lugar caballero, comportarse bien y tener mínimo un auto Mercedes Benz, los Toyota acá no entran en la categoría. Así como en Chile, en todos los países del mundo, incluídos los más pobres, siempre hay una clase que con sus privilegios domina los lugares.
Un país me ha buscado sobre el mapa y no ha encontrado nunca el menor trazo y esa herida me venda la amargura y la muerte se duerme entre mis brazos Cantiga de la memoria rota - Patricio Manns
A veces uno piensa que la historia está enterrada lejos, perdida en los anchos estantes de las bibliotecas, pero pasa mucho más cerca de lo que creemos, lamentablemente no siempre para favorecernos. Mientras caen misiles en las ciudades, los políticos de derecha e "izquierda" en mi país se colocan de acuerdo en la casa de un señor importante para aprobar una reforma tributaria, sin acordarse de que existe un lugar llamado congreso y una mayoría que los eligió para que trabajaran en ese lugar... puede que escriba desde mi herida que me haga sentirme traicionado, pero analizando pasado y presente, me queda claro que hasta ahora la historia se hace nuestra enemiga directa de la felicidad, convirtiéndonos en cifras, hormigas y experimentos de que la gran escala cree de nosotros.
Tanto que me decía la gente: «Gavilán, gavilán tiene garras». Y yo sorda seguí monte arriba, gavilán me sacó las entrañas. En el monte quedé abandonada; me confundan los siete elementos. Ay de mí, ay de mí, ay de mí, ay de mí. De mi llanto se espantan las aves, mis gemidos confunden al viento, ay de mí.
(Violeta Parra)
Amar no es lo mismo que querer, lo primero es un sentimiento lo segundo un deseo y se vuelve peligroso cuando algunos creen que querer es sinónimo de amar, en especial cuando no es algo correspondido... me ha tocado escuchar y ver como hace unos días un tipo le manda mensajes de amor a una colega, creyendo que con eso la enamorará o por último la excitará. Por el contrario tanta insistencia (de un tipo casado) con ella ya va por senderos en que las alucinaciones propias del querer lo pueden confundir.
Volver no es fácil, lo que se vuelve cotidiano por años, en algunos momentos se convierte en una especie de esclavitud que puede confundir lo que uno quiere con lo que parece obligación. Algo así me pasó en el último tiempo con este blog. Así comienzan a surgir las preguntas que van rondando la vida, por ejemplo en estos seis años de publicaciones, han sido también seis años iguales en todos los aspectos, trabajo, poco amor, mucho cine, mucha música y no tanta lectura. Con el paso de la edad te vas dando cuenta que el personaje que interpretas todos los días se cansa de la verdadera persona, esa que llevamos dentro y que soñamos con proyectar. Por lo mismo (y otras urgencias) decidí parar el 2013 y escribir realmente cuando tuviera ganas, no ser prisionero de los directores y tratar de ser más sensible a los momentos vividos, como en algún momento pensé esto. Es que en la vida siempre he querido ver cosas y cuando no las encuentro las trato de inventar...por algo comencé a escribir esto.
Así a lo largo del tiempo y después de una conversación hace un par de días en Buenos Aires he decidido volver, será que despertarme unos cuantos días mirando el sol salir desde el Río de la Plata para después iluminar el cementerio de la Recoleta fue lo que me llevó a dar el empujón para volver a este lugar.
Ser persona es algo que trasciende más allá de lo que hacemos entre nacer y morir, por lo mismo pareciera ser que la vida así como un camino es una película y está armada en esos treinta y cinco milímetros que nos limitan, como si lo que no estamos mirando ahora no estuviera dibujado aún. como si lo que está detrás de mi no existiera y sólo importara lo que veo en frente y esas manchas difuminadas de los costados... así parece ser el escenario, y nosotros cada uno un personaje distinto, y así como ellos somos una mentira constantemente, una ficción por la que hemos decidido armar nuestras decisiones. Las recatadas han decidido no ser putas y viceversa. Los intelectuales han decidido no ver las mismas cosas que el mundo común y los serios reirse lo menos posible. Pero en el fondo esos personajes a algunos les calzan mejor que a otros, lo que no quiere decir que otros a quienes creeríamos todos sus argumentos en realidad son otro más de la farsa que creamos en nuestras ciudades.
Es que las circunstancias nos van colocando a pruebas en cada momento dentro del existir y eso lo he ido comprobando en estos meses de ausencia bloguera, el espectro de personas que estamos buscando respuestas nos lleva por sitios inexplorados y personas que parecen tener la razón, creyéndose capaces de cambiarnos los senderos. La guerra por ejemplo hasta hace unos días la he visto como la expresión de las bajas frecuencias en un taller de activación de la glándula pineal y también me la encontré como justificación de las peores atrocidades de Chile. Pero aún así la guerra para mi es el sendero más oscuro por el cual nuestros personajes se encuentran con la vida sin piel.
Esa pesadilla que cada mañana parece ser el momento en que el despertador suena para enfrentarnos a otro desafío es lo que nos devuelve a la realidad, el problema es cuando el sonido de lo que creemos cotidiano se convierte en algo peor que lo que uno vive en las pesadillas, como el sonido intenso de unos ventiladores que parecen emular las aspas de un helicoptero para despertar ahora con plena conciencia y mirar hacia afuera y descubrir la realidad... Saigón... ya es algo desalentador. A veces estar en la guerra pareciera ser algo tan lejano a la muerte, en especial cuando tienes toda la fuerza de tu lado, el tiempo dijo que eso no era lo más importante.
Ahora Vietnam es un lugar turístico, en que los túneles de antaño son parte de los atractivos del lugar, pero el infierno verde aún parece tener el olor de ese azufre de los años sesenta. En el universo de Scorsese el escenario deja de almumbrarse de escenas patrióticas y lastimeras de lo bueno o malo que sea la guerra. Simplemente es un estado de locura frenética que tiene la velocidad de un proyectil sin retorno. Saigón está ahí para buscar algo de redención. La cordura se queda en un cajón perdido dentro de la casa de los padres para viajar al interior del odio, a lo mejor ni siquiera se necesita el cuento de la patria para tener el dedo en el gatillo sólo una dosis de adrenalina y estar dispuesto a crear un nuevo personaje en el cuerpo que habitas.
Por eso la sensación desilusionante de descubrir que en realidad vives en la pesadilla de Saigón es lo que lleva al Capitan Willard (Martin Sheen) por estos tortuosos caminos a la extraña misión de asesinar, bueno... asesinar es lo que se hace en la guerra... pero ahora es matar a un compatriota. al Coronel Kurtz (Marlon Brando) que se encuentra perdido en algún lugar de Camboya enloquecido como dirigente de un ejercito con nativos como un nuevo mesías, para ello hay que internarse por el interior del río Nung hasta encontrarse con el delirante militar.
Pero la cosa en la guerra no es apta para cuerdos y la frontera entre el narcicismo ególatra de Kurtz y la cautela de Willard es sólo una ladera del río. El viaje hacia el interior va mostrando como la locura total de la muerte. Las personalidades se empapa del olor del napalm y la sensación de inmortalidad del Coronel Kilgore (Robert Duvall) y el paso de un estado de testigo a cómplice de la locura va transformando a Willard en una nueva persona.
¿Qué tiene de heróico estar en la guerra? al avanzar por el río la cosa se vuelve en cada momento más extraña, desde una batalla entre surfistas al son de las walkirias de Wagner, o un espectaculo de conejitas Playboy para la ejército en el interior del río, batallas en un puente sin alguien al mando, una comunidad francesa que se había asentado de los tiempos de Indochina. Subir río arriba es un proceso mental, como el que Aguirre tomaba mientras buscaba la ciudad de El Dorado por Herzog. El río va creando un nuevo personaje en Willard, atrás queda el alcohólico y va apareciendo el sicario. Cada documento y cada testimonio le obliga a cumplir su misión de terminar con el delirio de Kurtz.
Ahora que las noticias confirman que el lider de una secta se suicidó en el Cuzco, creyendo ser un dios... o hacer creer a otros que era divino para conceder favores sexuales, me siguen convenciendo de esa pérdida de la realidad que vamos creando. A veces el ego es nuestro peor enemigo. Nos hace creer que nuestro personaje es más real que lo que vestimos y nos puede hacer daño.
La vida está llena de momentos sin sinceridad en que nos podemos perder por las sendas más oscuras de un río hasta llegar a algo peor que el infierno... hay que tratar de soltar las amarras y tirar el libreto de vidas fingidas... asi ser más libres