domingo, 16 de diciembre de 2018

ROMA

Han pasado años desde la última vez que escribí en este lugar, de hecho, desde que nació este espacio sin mayores pretensiones que poder recordar tantas historias que pensé que olvidaría, estaba la idea dejar patente para mi (y tener a mano) las historias que el cine ha regalado. Pero este sitio me dio más cosas bellas, amistades que aún tengo de otras fronteras, nuevas recomendaciones y la sintonía de que las botellas que uno lanza con mensajes llegan a otras costas.
Pero hubo un momento en que ya no era tan entretenido, de que ver una película costaba más que antes, en que la cartelera se llenó de superhéroes y remake de otros tiempos, y las series se han vuelvo más importantes que el cine, esto no es una crítica arrogante de que tiempos pasado sean mejores, más bien todo lo contrario. Hay más creación que antes, hay más cosas en Youtube, Netflix, Amazon, etc. Que han ampliado a niveles insospechados el tiempo que uno podría dedicar a ver tantas producciones. Sin contar la cantidad de nuevas cosas que el tiempo va ofreciendo para nuevas cosas. Sin embargo, siempre he necesitado volver a estas vidas.

Hace rato no veía algo tan maravilloso, tranquilo y emocionante. Es que el Distrito Federal a pesar de estar lejos de Santiago, tiene muchas similitudes en su cotidiano. La familia, ese grupo numeroso que antes éramos, hoy se ha ido convirtiendo en otras cosas. De hecho, son decisiones que todos tomamos en algún momento que va transformando los espacios y disposiciones. Pero todo tiene esa monocromía de la construcción de lo pasado, ahora que es diciembre y uno empieza a comprender que el año fue más rápido que el anterior, que no hubo tiempo para todos esos sueños que nos propusimos cuando nos dimos ese abrazo de enero y parece todo igual que siempre, basta con mirar una foto de un par de años atrás y ya te das cuenta que, en realidad, todo ha cambiado bastante.
Así es Roma, de Cuarón, como un patio que a pesar de lavarlo muchas veces, el reflejo muestra que hay mundos lejanos por explorar en las siluetas, que a pesar de que el regreso a la casa debería tener esa precisión simétrica que produce el cerrojo en la llave, o del auto en el pasillo, no siempre son iguales -de hecho, nunca lo son- hay detalles que nos hacen olvidar que existe la monotonía que mata, lo importante es notar el cambio.

El mundo de Cleo (Yalitza Aparicio) gira entre esa casa de la Colonia Roma, que pareciera ser su todo y el domingo libre, que parece ser su verdadero mundo personal, me trajo a la mente la película Play de Alicia Scherson. El mundo puertas adentro trae esa sensación de que lo que parece tuyo en realidad no lo es, que la imagen que ves en televisión es en parte lo que puedes ver mientras sirves, que el frio lo cubre un techo ajeno, que la cama está en un lugar de la casa del cual se accede desde escaleras invisibles, en que el único refugio es el idioma nativo. Así los ojos de Cleo ven que los pobres y la clase media del México del setenta (muy distinta a la clase media actual) tiene problemas a veces tan parecidos a los de ella. Las soledades son las mismas, a pesar de que los niños, sinceros en el amor y el cariño, son testigos de los duros tiempos que el presente entregó en esos impunes años setenta latinoamericanos.

La soledad es algo que va más allá de estar siempre con mucha gente que te quiere, y nuestras burbujas son pequeños mundos que son parte del quehacer de esa gran historia de nuestros países. Roma tiene tanta nostalgia de un pasado duro, triste, lleno de masacres y un presente no tan alejado de esa generación de nuestros padres. En que las soledades son abrazados con pantallas táctiles, sueños de otros lugares y el deseo de que el tiempo pase pero se quede con lo que amamos cerca para siempre.
Shanti, shanti, shanti.

Saludos a todos

Bonus Tracks
1.- Película en IMDB
2.- Película en Filmaffinity
3.- Ver Roma en Netflix
4.- Trailer

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