Que el viento arrastra allá o aquí,
que te sonríen tristes
y nos hacen
que lloremos
cuando nadie nos ve.*
No se en que momento pasó, pero nos empezamos a reir de las cosas que hacía mi abuela, de sus lapsus cuando hablaba, o que después del almuerzo empezaba a ver una teleserie venezolana, pero en el intertanto se dormía y despertaba en la mtad de la segunda teleserie que daban, por lo cual ella tenía una teleserie propia... y cuando nos contaba nos reíamos de ella. Así sin darnos cuenta estabamos atentos a sus olvidos y los asociabamos a su edad, con ello también empezamos a perder la confianza en ella... y peor aún ella perdía la confianza en si misma. Con el tiempo me he dado cuenta que nosotros los más jòvenes somos los que empezamos las enfermedades seniles de los mayores, lo digo mientras veo en televisión a Sergio Livingstone un arquero de la selección chilena de los años cuarenta que hoy tiene más de noventa años y continúa comentando fútbol, pese a que a su edad sigue en pie comentando partidos incluso en esta Copa América, pese a su ritmo más pausado... por supuesto que algunas cosas olvida... pero quien puede recordar más de treinta y tres mil días vividos... nos preocupamos tanto de las vidas ajenas que nos olvidamos de nuestras pequeñas historias que en el momento ocurren, que son simples grandes hazañas que cada día llevamos dentro... pienso ahora en mi compañero de trabajo que viajó sólo al frío Punta Arenas en una aventura interior, o en mi sobrina que está aprendiendo a leer, en mi padre que está aprendiendo a usar el Internet, o mis amiga que está terminando su tesis de doctorado, en mi amiga que decidio vivir de nuevo en otra ciudad y en mi ojo que lleva unos cuantos días con un Chalazion que se ve horrible y que espero sanar pronto.
Parece no haber nada más que tierra y viento en esos caminos patagónicos de la Argentina. Entre la ruta alguien corre para golpear una casa que parece abandonada, ¿quién puede vivir en una casa en medio de la nada, sin caminos ni vecinos?... la puerta se abre y María Flores (Javiera Bravo) sale con su niño a oir la noticia. ¡ha sido seleccionada para participar en un concurso en la televisión!, te puedes ganar una procesadora de alimentos, lo único que tiene que hacer es ir al concurso en la ciudad de San Julián que se encuentra a varios kilómetros de su casa, así que no hay más remedio que tratar de viajar con el niño hasta ese apartado lugar... el premio lo vale.
Mientras tanto en un bar en medio de la carretera, todos los días se sienta Don Justo (Antonio Benedicti) afuera a mirar si algún cambio aparece en el camino, con sus ochenta años es el dueño del bar aunque ya a estas alturas es su hijo quien atiende y administra el bar, lo de dueño es casi un título nobiliario. Hay un triste momento en que los hijos comienzan a parecer padres de sus padres, los retan y los mandan como si el tiempo se inviertiera... en medio de esa espera una persona le cuenta a Don Justo que el "Malacara" su perdido perro regalón se le vio en una maestranza de San Julián. Ahora que no queda nada por vivir hace falta una hazaña... aunque nadie le cree va a viajar hasta San Julián para buscar al "Malacara".
El camino a San Julián es árido y solitario, en medio de la ruta Don Justo va encontrando la bondad de la gente. Es que pareciera que en lugares alejados la buena voluntad aflora para compartir los pequeños grande esfuerzos cotidianos que dirigen los solitarios caminos de la Patagonia. Así en una posta rural de salud Don Justo se encuentra con Roberto (Javier Lombardo) un vendedor viajero que está de paso en la posta curándose un pie, para luego seguir rumbo a San Julián... así que Don Justo y Roberto siguen el camino juntos... Pese al solitario camino, parece que el pueblo de San Julián es como Oz, en que las alfaltadas carreteras melancólicas conducen hacia los sueños más simples desde una procesadora de alimentos, hasta un perrito perdido.
Roberto pese a que siempre viaja a San Julián, también tiene depositado sus sueños en el lugar, el amor ha sido esquivo después de su separación y tanta soledad hace que cualquier mujer que le sonría pueda convertirse en su futura compañera, es que tanta soledad a veces hace perder el sentido de lo que se quiere realmente. Así con sus libros de autoayuda tiene una táctica para seducir a una viuda de San Julián... llevarle de sorpresa una torta para el cumpleaños de su hijo René... como una atención y desde ahí comenzar a cortejarla... la torta queda muy bien, sólo que no indica el nombre del hijo... así comienza el paso por las distintas pastelerías del camino para transformar la torta...
San Julián canaliza los desafíos, ninguno será el mismo después de estar ahí, no se han hecho cosas más grandes que simplemente atreverse... y creanme que eso es harto, la necesidad de empezar, de decir yo puedo, es algo más importante que un perro perdido, que una procesadora de alimentos o que desilusionarse del amor... es más trascendental que viajar al espacio o que ser campeones del mundo. Darse cuenta que uno quiere lo mejor y luchar por eso es la razón de la interrogante de saber para que estamos acá. En medio de los caminos siempre tendremos un pueblo de San Julián más cerca para concentrar nuestros caminos y nuestras esperas.
El tema es que hay que aventurarse y tomar esa senda que se pierde en el horizonte.
Saludos a todos.
Bonus Tracks
1.- Película en IMDB
2.- Comentarios en Filmaffinity
3.- Historias Mínimas en Wikipedia
4.- Historias mínimas en Cuevana
5.- Trailer
No hay comentarios.:
Publicar un comentario