Tal vez tú Enciendas la fiesta de este destino Tal vez tú No entiendas y apagues toda la emoción De sentir Los mejores versos que me has inspirado Hasta el fin Te invito a crear esta liberación.
(F. Sazo, J. Campos)
Uno no entiende como se hace amigos, hay ciertas conexiones que hacen que las cosas se vayan dando. También hay edades en que nuestros grupos de amigos son grandes, nos juntamos y nos reímos de lo que nos está pasando, después hay otros momentos en que nos empezamos a juntar para reírnos de aquello que antes nos pasaba. ¿Cuál es el punto de inflexión entre el presente y el pasado? Será que vamos coleccionando historias que van construyendo y destruyendo amistades. A veces actitudes, traiciones o malentendidos nos llevan por caminos e instancias en las que parece que ya no nos hace bien esa amistad que parecía eterna.
Matthias (Gabriel D'Almeida Freitas) y Maxime (Xavier Dolan) son dos amigos en la tranquila Canadá, siempre inseparables pero el punto de inflexión ya está llegando, el camino de Maxime ya no tiene mucho sentido en Canadá y Melbourne en la antípoda del planeta parece tener más futuro. La vida ha sido más ruda con él que con el resto de sus amigos, Matthias en cambio parece avanzar por el camino del éxito, una bella novia, una carrera de abogado prometedora y el deseo de ganar siempre. Hay conciencia de que los días en que todos los amigos se encuentren se volverá más difícil, por lo mismo se reúnen una tarde en la casa del lago de Rivette (Pier-Luc Funk) uno de sus amigos. La risa y la conversación de amigos los lleva a apostar, Matthias y Maxime “pierden” y tienen que actuar en la película de Erika (Camille Felton) la hermana de Rivette. La escena es simple, Matthias y Maxime cruzan sus miradas, sentados en el sofá, El con un rojo intenso y Maxime con un color celeste, Erika les indica que tienen que besarse, simplemente eso. La diferencia entre un beso dista mucho entre una generación y otra. Sin embargo, acceden, con todo el nervio que siempre tiene un primer beso. Acción y al parecer hay un beso.
Es de madrugada, el lago está calmo y en ese reflejo Matthias se lanza en esa profundidad, nadando como si quisiera limpiar algo, como si no hubiera rumbo, como esa agua que intenta clarificar y orientar. Cada brazada lo lleva tan lejos que parece perderse. Quedan doce días para que Maxime se vaya a Australia, pero el mundo ya parece estar distinto. Por más que Matthias parezca reír, no deja de pensar en qué fue lo que pasó en ese lago, en ese beso con su amigo. El resto del mundo parece seguir tal cual a lo que pasa por la cabeza, Maxime ya tiene bastantes dificultades para agregar una nueva. Su madre, las deudas y los trámites para cambiarse hacen que cada vez desee más el día en que el avión parta.
Como esos videos que complican, la película de Erika comienza a ser vista por la familia, los elogios son espontáneos. Pero a Matthias la situación le incomoda, ¿Qué se ponen en juego cuando la amistad parece confundirse en un beso?, Se rompe ese cristal que envuelve ese cariño, ¿se puede recuperar lo que se perdió?, ¿se puede ser sincero en lo que se siente en realidad?, Son preguntas que se hacen antes y después de cruzar umbrales y que el Cine de Xavier Dolan parecen buscar incesantemente por su joven carrera. La vida parece ser ingrata a veces y revelar secretos tarde, los caminos de Matthias y Maxime como grandes amigos van a cambiar, eso no cabe duda. La belleza de los momentos se va volviendo un recuerdo como esos que los amigos que van quedando por el sendero del pasado toman una música más suave, como un piano solitario mientras nos vamos quedando solos una tarde mirándonos el rostro.
Y algunas veces suelo recostar Mi cabeza en el hombro de la luna Y le hablo de esa amante inoportuna Que se llama soledad
(Sabina)
Nuestros caminos por la vida se van poblando de personas que
nos llenan de sentido cada mañana, algunos al despertar tienen a su lado ese
amor que construye el sueño contigo, otros vamos aprendiendo de a poco que ese
camino hay que construirlo igual, porque el amor parte desde lo que uno sueña y
desde esa construcción de instantes (más que de cosas) es que deberíamos armar
esa ilusión que llamamos vida.
Por lo mismo es extraño que desde el interior del mar salga
una mujer desnuda después de un baño, una mujer joven, una mujer hermosa. No
pareciera responder a ese canon que se espera de alguien que ande por las
calles de un pueblo de Francia en los años ochenta. Así va por la vida como esa
conocida desconocida que vaga por las calles Mona (Sandrine Bonnaire). Las
ciudades siempre tienen en su inventario a esos vagabundos que transitan envueltos
en mitos que los hacen especiales. Sus historias son construidas y
reconstruidas en la oralidad de nosotros, los que los vemos a diario y que en algún
momento parece que notamos que ya no están.
Mona, es una mujer que va por las calles con un tono
agresivo obligado por su condición de mujer en una sociedad patriarcal que ve
como una presa fácil una mujer sola en las calles. A pesar de esa postura,
provoca cierta envidia y admiración. Ser nómade fue lo que nos llevó como
especie a vivir en la mayor parte de la tierra firme de este planeta, pero
ahora parece algo mal visto. A pesar de que muchos aún deseamos en algunas
ocasiones soltar todo y largarnos a otros rumbos, a conocer otros lugares. La
vida de Mona tiene eso que parece parte de una película en ruta, pero que en
realidad no va a ninguna parte, porque cada vez que ella pide un aventón en la
carretera, es para avanzar hasta el lugar en que el destino le deje.
A veces parece que Mona encuentra un poco de paz, otras
parece que encuentra el amor, un alma que ayuda le da un poco de estabilidad,
sin embargo, todo parecen ilusiones al final de un destino que a veces es
cruel, caminar por las calles se vuelve algo rudo cuando uno decide no seguir
el camino de lo consideramos normal en esta vida. Al final parece que el camino
por el que pasa cada persona que vive en la calle tiene siempre una danza con
la muerte. Es peligroso ser libre, se envidia esa valentía del despojo, pero el
camino está lleno de lobos.
Al terminar de ver “Sin Techo Ni Ley” sentí una desazón
inmensa del que instante en que parece que nuestras vidas no tienen una ruta común,
en que al decidir un camino parece que estamos en círculos atrapados sin salida
como “El ángel exterminador” de Buñuel, en la incomprensión del sentido que le
queremos dar a los sueños y a la sensación de destrucción del mundo que
soñamos. Salir de ahí parece que obliga a limpiarse vestirse de un modo que camufle
la diferencia y nos enriele por el camino que algunos llaman éxito.
Buscando una luz, buscando una
luz
Yo os invoco hijas de Eva buscando una luz
Buscando una luz, buscando una luz
Yo os invoco hijas de Eva
(Gala Cattana)
Generalmente antes comenzar a hablar de algo, parto contando
mis vivencias, hay momentos en que me da pudor, en temas de género nunca me he
sentido con la más mínima propiedad para hacerlo, no sólo porque no soy mujer, también
porque la voz que hable de las luchas siempre debe venir desde ellas. He sido
testigo presencial del machismo, la misoginia y la discriminación deliberada y
escondida de amigas en diversos aspectos. Me he enterado de que los bancos le
permiten abrir una cuenta vista a los hombres a los catorce años y a las mujeres
a los doce años. El motivo solapado es que las niñas a los doce años ya pueden
ser madres, y algunas lo son. Así en este siglo XXI aún existen situaciones así
de desgarradoras que siguen pasando y que avergüenzan.
Así como un escaparate lleno de rostros femeninos serios y
tristes un día de 1962 encuentra a Pomme (Valérie Mairesse) con un fotógrafo de
retratos. Hay una de las fotos que le llama la atención, la imagen de una
compañera de otros tiempos. Así unos rostros impresos vuelve a reunir a Pomme
con Suzanne (Thérèse Liotard). La vida
en ese nudo parecían ser distintas Pomme cantando en un coro y Suzanne con dos
hijos tratando de criar y con la desesperación de un nuevo hijo. La Francia de
esos años aún no permitía el aborto pero en Suiza sí. Pomme consigue un poco de
dinero para que Suzanne pueda interrumpir el embarazo y desde ahí comienza el
punto de inflexión de la vida Pomme y Suzanne, la complicidad y la amistad
común les lleva a compartir días hasta que una tragedia cercana va separando
sus destinos.
La historia ahora es una serie de cartas de dos amigas que convierten
su vida en un canto por la libertad y en un grito por los derechos. Agnes Varda
en esos años ya tenía muy clara la consigna que se sigue gritando por décadas
en colores violetas. ¿Cuánto se ha ganado? Aún no es tiempo de contar las ganancias
del juego. Porque hay que seguir apostando por más libertades, por más derecho
y por más igualdad para que un futuro nos sintamos satisfechos de lo logrado.
Pomme viaja por un mundo que parece más libre y luego por
uno que parece más reprimido para las mujeres, Suzanne se queda en Francia, en
una lucha completa contra toda una generación que ve con desprecio a las
mujeres que crían sola, que no soporta el sonido de las teclas de una máquina
de escribir, en resumen, que no cree que las mujeres pueden ser personas que logran
salir adelante, por el amor a si misma. Años de patriarcado hacen merma en las
sociedades que vivimos. Pomme y Suzanne lo saben. Son combates pequeños,
cargados de símbolos que hacen que el futuro aún no llega, pero me esperanza
ver que mis sobrinas, mis amigas, mis compañeras de trabajo cada vez son
personas más poderosas que son reconocidas por su talento, su capacidad, más
que por su intrínseca belleza. Ella canta y la otra no, es un grito de guerra que
ya tiene décadas y aún sigue ahí escondida a veces, pero el mundo de Agnes
Varda cada vez sorprende y enamora por la lucidez que necesitamos en estos
tiempos en que estamos bombardeados de mentiras.