Tres mujeres hace unos días se sentaron a mirar un lago en el sur de Chile, en un instante un señor en traje de baño se acercó a ellas para pedirles que se retiraran de lo que el consideraba su propiedad, siendo que en Chile todas las orillas de mar y de lagos son propiedad del estado y todos tenemos libre acceso a ello. Él, al parecer, sentía que la verdad esa ley no era algo que le incumbiera. Las mujeres no sabían quién era el señor, grabaron lo que ocurrió y así nos enteramos todos del señor que las expulsó, un connotado gerente del gas, que con el paso de los días fue desvelando también la personalidad que el señor tiene en otros ámbitos que en este tiempo están causando menos pudor de revelar.
Es que de un tiempo a esta parte reconocerse como “conservador” ya no parece ser un estigma, se puede reconocer públicamente que Pinochet “hizo cosas buenas”, que los golpes de estado a veces son necesarios, que muchos esperan que los militares en Venezuela se rebelen, entre otras nuevas “verdades reales” no molesten el “derecho inalienable” al esfuerzo individual, por sobre el colectivo.
En plenos años 70 cuando el soul inundaba la noche estadounidense, el pelo afro era la envidia y los afroamericanos comenzaban a organizarse, las comunidades miraban con recelo ese peligro que podía ser el Black Power, desde ese himno con un puño enguantado del olímpico Estadio Azteca del 1968. En Colorado Spring un joven tiene el deseo de ser policía, todo puede ir bien salvo un detalle poco común para ese tiempo, era negro. Su nombre Ron Stallworth (John David Washington), después de ser aceptado y pasar un tiempo en los archivos, comienza su trabajo en inteligencia, primero infiltrándose en los movimientos por los derechos civiles de la población afroamericana.
Ese primer trabajo, con su capacidad de hablar con acento blanco, lo lleva a establecerse en temáticas de policía civil y contactarse vía teléfono con Walter (Ryan Eggold) uno de los líderes locales del Ku Klux Klan, hablar de supremacía blanca, de la decadencia moral que los afrodecendientes le traen al país, del peligro que traer que “esa gente” tenga más poder fueron las cosas que fueron creando lazos entre Walter y Ron. El problema era que Ron ahora tenía que juntarse con los otros seguidores. Un problema tremendo para infiltrarse si tienes la piel morena y un volumen de 30 cms de pelo rizado. Así que lo mejor es buscar a “otro Ron” que pueda hacerse pasar en persona por él.El resultado es Flip Zimmerman (Adam Driver) un policía de ascendencia judía, es decir tampoco un amigo del KKK, pero al menos en su caso podía pasar más desapercibido, así esta historia real va tomando el pulso de una sociedad que puede decir sin tapujos que se siente superior, que la justicia está de su lado, que sus verdades son las que pueden salir impunes y que si, parecen ser los dueños del mundo.
A lo mejor sólo vivimos un pequeño periodo distinto entre 1960 y el 2010 en que esas generaciones entendieron que todos éramos iguales y ahora son capaces de elegir presidentes abiertamente racistas, machistas e ignorantes. Ojalá la generación de nuestros hijos pueda remediar el desastre ambiental del que fuimos cómplices, los que votaron o se abstuvieron de elegir lo que hoy nos está matando. Spike Lee nos lleva de nuevo a una historia de la década de 1970 para refrescarnos que el racismo está más vivo que nunca, aflora en la mirada despectiva de la calle, en las opiniones del almuerzo, en el aplauso cerrado que algunos hacen a los aviones que envían de vuelta a los haitianos, en la estafa del arriendo con el precio inflado, en el taxista que le roba el dinero el dinero en el aeropuerto, en cada mentira que nuestro tiempo crea para que los que se creen dueños de la orilla de un lago, de un país o de un planeta vuelvan a recuperar lo perdido gracias a la ignorancia y la indiferencia colectiva.Saludos a todos
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